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Yaimara Cruz García
yaimaracg@rvictoria.icrt.cu
Las Tunas.- “Todo comenzó el domingo 19 pasado las 11:30 de la mañana, cuando un joven de unos 25 de años de edad se acercó para comprar una cajetilla de cigarros”- me cuenta Ofelia mientras continua con su labor en el punto de ventas de la tienda recaudadora de divisas La Blanquita, ubicada en el reparto Santos de esta ciudad del oriente cubano a unos 690 kilómetros del este de La Habana.
Días atrás Ofelia lo había visto en la tienda comprando cigarro. No había razón para preocuparse, así que él andaba confiado por el barrio, y ahora, intentaba un robo con fuerza, sin imaginar que una mujer pondría fin a su carrera como delincuente.
“Él se acercó me pidió la caja de cigarros y cuando yo me volteó ya estaba encima de mí apuntándome con un cuchillo, sin decir ni media palabra ni aludir ninguna amenaza, a pesar de que en ese momento sentí un poco de miedo, traté de defenderme y rápidamente levanté la mano derecha para neutralizarle el cuchillo que apuntaba hacia mi barbilla, luego le lace un golpe, y una patada, y el malhechor se dio a la fuga dejando el arma blanca y la cajetilla de cigarros”.
Ante los gritos de Ofelia, muchos vecinos y transeúntes salieron al paso y dieron parte a la policía, quienes acudieron con prontitud y en solo 10 horas ya habían aprendido al ladrón.
A Ofelia aún se le ensombrece el rostro cuando recuerda el suceso, ya no por el pánico, sino por el ultraje, incluso sicológico, del que fue víctima. «No se de donde saqué valor, pero no podía dejar que me robara, yo tenía que defender mi vida y el resultados de mi trabajo », dice. Ahora Ofelia Echavarría Lora mientras disfruta tranquila de un abrazo de su hijo, y del reconocimiento de sus compañeros de trabajo y vecinos de la comunidad, cargado de admiración y orgullo por su valentía.
Ella confiesa sentirse satisfecha, pues no solo salvó su integridad física, sino que actuó en bien de la sociedad y, de paso, reflexiona sobre cuántos hechos pudieran evitarse, y servirle de alerta a la población para no incurrir en actos que también son penados por nuestras leyes.
Las lecciones son varias. Una de ellas, la confianza que debe existir en la labor de la policía. Otra: la necesidad de elevar la combatividad ante el delito, la corrupción y las indisciplinas sociales para la tranquilidad ciudadana.
Las Tunas.- “Todo comenzó el domingo 19 pasado las 11:30 de la mañana, cuando un joven de unos 25 de años de edad se acercó para comprar una cajetilla de cigarros”- me cuenta Ofelia mientras continua con su labor en el punto de ventas de la tienda recaudadora de divisas La Blanquita, ubicada en el reparto Santos de esta ciudad del oriente cubano a unos 690 kilómetros del este de La Habana.
Días atrás Ofelia lo había visto en la tienda comprando cigarro. No había razón para preocuparse, así que él andaba confiado por el barrio, y ahora, intentaba un robo con fuerza, sin imaginar que una mujer pondría fin a su carrera como delincuente.
“Él se acercó me pidió la caja de cigarros y cuando yo me volteó ya estaba encima de mí apuntándome con un cuchillo, sin decir ni media palabra ni aludir ninguna amenaza, a pesar de que en ese momento sentí un poco de miedo, traté de defenderme y rápidamente levanté la mano derecha para neutralizarle el cuchillo que apuntaba hacia mi barbilla, luego le lace un golpe, y una patada, y el malhechor se dio a la fuga dejando el arma blanca y la cajetilla de cigarros”.
Ante los gritos de Ofelia, muchos vecinos y transeúntes salieron al paso y dieron parte a la policía, quienes acudieron con prontitud y en solo 10 horas ya habían aprendido al ladrón.
A Ofelia aún se le ensombrece el rostro cuando recuerda el suceso, ya no por el pánico, sino por el ultraje, incluso sicológico, del que fue víctima. «No se de donde saqué valor, pero no podía dejar que me robara, yo tenía que defender mi vida y el resultados de mi trabajo », dice. Ahora Ofelia Echavarría Lora mientras disfruta tranquila de un abrazo de su hijo, y del reconocimiento de sus compañeros de trabajo y vecinos de la comunidad, cargado de admiración y orgullo por su valentía.
Ella confiesa sentirse satisfecha, pues no solo salvó su integridad física, sino que actuó en bien de la sociedad y, de paso, reflexiona sobre cuántos hechos pudieran evitarse, y servirle de alerta a la población para no incurrir en actos que también son penados por nuestras leyes.
Las lecciones son varias. Una de ellas, la confianza que debe existir en la labor de la policía. Otra: la necesidad de elevar la combatividad ante el delito, la corrupción y las indisciplinas sociales para la tranquilidad ciudadana.
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