jueves, 13 de agosto de 2015

Por: Grabiel Peña González el http://www.radiolibertad.cu
 El veintidós de enero de mil novecientos cincuenta y nueve, cuando aún por toda Cuba se festejaba el triunfo de la Revolución, una mujer llamada Sonia experimentaba, a pesar del dolor, la más dulce y agradable de las alegrías. Traía al mundo a Ramón Lobón Roque, hoy gloria del deporte villazulino.
 (RLR) “Yo tenía doce años, practicaba voleibol con el profesor Jorge March, cuando uno de mis primos me convidó al área de canoa y kayac, yo no quería seguirlo porque me daba pena con mi entrenador, pero un buen día me decidí y me gustó, me gustó la canoa, que enseñaba Ismael Sao Batista” .

Más de cuarenta medallas de todos los colores, placas de reconocimientos por atleta destacado y banderín del Comité Olímpico de México, son algunos de los recuerdos que atesora este hombre, ganados todos a fuerza de voluntad y empeño.

(RLR) “La constancia, disciplina y disposición para el entrenamiento me permitieron ir transitando por las categorías escolares, juveniles y de mayores, cosechando éxitos, entre los que destacan las medallas de bronce en tope contra México y Hungría, la quinta posición en la Esperanza Olímpica, de Rumania, así como en múltiples certámenes nacionales.

(RLR) La representación de canoa clasificó para un Mundial y unas Olimpiadas, pero no pudimos asistir porque el resto del equipo compuesto por los muchachos de kayac no pudieron hacer el grado y en aquella época no se dividían los conjuntos”.

La amistad y la fidelidad desinteresada son dos cualidades que brotan del alma de Ramón Lobón Roque, cuando recuerda a su compañero de canoa.

(RLR) “Orlando Ballester, para mí es un hermano, nosotros hacíamos el doble y el single, él es un muchacho de la provincia de Granma que conocí en Santiago de Cuba, sede de la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE), nosotros solo teníamos que mirarnos para saber que queríamos decirnos uno a otro, siempre andábamos juntos, compartíamos nuestras pertenencias. Orlando Ballester fue para mí un hermano”.

En Puerto Padre pocos conocen a Ramón Lobón Roque, sin embargo cuando se dice el Niño Lobón, casi todos tienen referencia de él.

(RLR) “Ese sobrenombre viene de la época en que me incorporé a Santiago de Cuba, allí el más pequeño era yo, recuerdo que un muchacho dijo: ¡ah, pero es un niño!, y en verdad era así, tenía trece años, el resto eran juveniles y un equipo de mayores. Así me quedé con el Niño Lobón, al punto que hasta mi hijo me llama de esa manera”.

A este hombre espigado, fornido, hecho para la mar, la naturaleza le premió con un par de manos lo suficientemente grandes como para acariciar con fuerza el remo y sacar del Océano la gloria que hoy cuenta con sencillez y orgullo.

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