martes, 8 de septiembre de 2015

Por: Rosa María Ramírez Reyes el .  

 Para los puertopadrenses el 7 de septiembre de 2008, es una fecha difícil de olvidar. Ni el paso del tiempo, ni la devolución a la vida útil de muchas viviendas e instituciones estatales logran sepultar aquellas horas de incertidumbre cuando el Huracán Ike azotó a Puerto Padre

Nunca antes se había vivido una experiencia similar, y aunque la Defensa Civil actuó de prisa para salvaguardar vidas humanas esa noche pasó a la memoria como la peor vivida en este pueblo costero. 

 Del azul hermoso, todo se volvió gris, casas derribadas, árboles en el suelo, mangles quemados, daban la imagen de una destrucción semejante a una guerra. El rastro de la tristeza alcanzaba a la mayoría, o mejor dicho la totalidad de los habitantes de esta región. Un mutismo se apoderaba de las horas siguientes, la lamentación era lo que resonaba, sin embargo al paso de las jornadas, mi gente hacendosa recomenzaba la vida y ponía manos y corazón para arreglar como se pudiera las habitaciones donde vivir, compartía el agua, la comida y el combustible, en fin sellaba el capítulo del 7 de septiembre con espíritu de solidaridad. 

 Con los años, el panorama ha ido renovando colores, y se vigoriza el orgullo legítimo de vivir en este pedazo de tierra bendecida por la belleza natural.

Cierto es que aún persisten huellas dejadas por Ike, pero no se puede negar que ahora divisa edificaciones más sólidas capaces de resistir los embates de huracanes, y sí se anuncia un evento de ese tipo las medidas de protección alcanzan dimensión acertada, oportuna. La experiencia no nos haría repetir el llanto, las pérdidas materiales de seguro serían mínimas.

Aunque Ike es una pesadilla que no se borra totalmente, Puerto Padre, 8 años después vuelve a ser mágico, encantador, un pueblo de luces, bello, lleno de historias. Sigue siendo Ciudad de Molinos y Villa Azul de Cuba.

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