Vivir cien años es un privilegio del que goza la puertopadrense Esperanza Ferrer De la Rosa; una mujer cargada de historias hermosas forjadas en la humildad y el buen gusto. Distinguida desde su juventud por el don inigualable de bailar, sobre todo el danzón, género que aún despierta su interés de mover el cuerpo al compás de los acordes musicales, ella atrapa con su mirada tierna y memoria prodigiosa.
Siente el peso de un siglo de
existencia, pero aún tiene la bondad de siempre, por eso ha sembrado
cariño y respeto en tantas amistades, gente que aprecia su manera
sencilla y dulce, su obrar desinteresado y alegre. También preserva,
oídos finos para distinguir la buena música, y es que por sus venas
corre sangre de grandes artistas como sus hermanos Emilio, Juan José y
Jorge Ferrer, quienes dejaron su impronta en el pentagrama cubano.
Sus raíces las echó aquí en su natal Puerto Padre, donde fue laboriosa
tabaquera, así como antes lo había sido su padre. De la buena madre,
heredó el quehacer doméstico con agilidad y extrema fineza.
Cuentan quienes han estado al lado de ella que “era el tronco de la familia”, a quien acudían hermanos y sobrinos en busca de un consejo, apoyo económico, moral o simplemente rendir cuentas de los actos. Sabía muy bien cómo sacar de apuros a sus hermanos, incluido Ángel Vicente, un renombrado pelotero de aquellos tiempos antes de la Revolución.
Por azares de la vida no construyó su propia familia, mas, ella tiene entre sobrinos, primos, ahijados, amigos, una prole maravillosa, que la arropan con afecto y bendicen su siglo de vida porque ella es encantadora mujer que guarda la belleza de juventud.
La sociedad de color Nueva Estrella de Maceo, en Puerto Padre, la tuvo como bailarina insignia, ella misma lo reconoce, “todos se disputaban una pieza”. Las libretas de apuntes de pareja, la hacían figurar una y otra vez, Esperanza se las arreglaba para aceptar bailar con cada cual y dice “lo hacía con deleite” porque el baile fue y es su pasión mayor.
La excelsa bailadora de danzones, boleros, y sones, de la década del 50 del siglo pasado, acaba de completar la centuria y lo ha hecho en plena capacidad mental y aunque la marcha ya aminora todavía tiene energías para dar un pasillito y dar “gracias a la vida que le ha dado tanto”.
Cuentan quienes han estado al lado de ella que “era el tronco de la familia”, a quien acudían hermanos y sobrinos en busca de un consejo, apoyo económico, moral o simplemente rendir cuentas de los actos. Sabía muy bien cómo sacar de apuros a sus hermanos, incluido Ángel Vicente, un renombrado pelotero de aquellos tiempos antes de la Revolución.
Por azares de la vida no construyó su propia familia, mas, ella tiene entre sobrinos, primos, ahijados, amigos, una prole maravillosa, que la arropan con afecto y bendicen su siglo de vida porque ella es encantadora mujer que guarda la belleza de juventud.
La sociedad de color Nueva Estrella de Maceo, en Puerto Padre, la tuvo como bailarina insignia, ella misma lo reconoce, “todos se disputaban una pieza”. Las libretas de apuntes de pareja, la hacían figurar una y otra vez, Esperanza se las arreglaba para aceptar bailar con cada cual y dice “lo hacía con deleite” porque el baile fue y es su pasión mayor.
La excelsa bailadora de danzones, boleros, y sones, de la década del 50 del siglo pasado, acaba de completar la centuria y lo ha hecho en plena capacidad mental y aunque la marcha ya aminora todavía tiene energías para dar un pasillito y dar “gracias a la vida que le ha dado tanto”.
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