lunes, 30 de marzo de 2015

Por: Rosa María Ramírez Reyes el
Hablar de él es hablar de la grandeza humana y la revolución misma. Un ídolo del deporte, un hombre natural que jamás olvidó su origen de cubano, un extraordinario, amigo hizo historias en el deporte cubano.

Ese hombre, de cuyo andar por la vida hay mucho que decir todavía nos pertenece a tuneras y tuneros, a cubanos todos. Ese hombre es Teófilo Stevenson Lawrence, el boxeador más grande de todos los tiempos. En Delicias, entre el hollín de las gigantes chimeneas, el sonido de locomotoras y el olor a melado de caña, el 29 de marzo de 1952 nació Pirolo, como le conocían desde la infancia.
En el  ring se escuchan sus movimientos, da lecciones de una buena pelea. En los barrios hasta los más pequeños saben de su existencia y confían ser como él.

Para todas y todos es inmenso, y atesoran sus éxitos olímpicos, mundiales, regionales en gesto de que es y será por siempre leyenda del cuadrilátero.

En junio  2012  tuvo su último asalto, mas, fue solo para rubricarse la gran victoria de haber vivido entre su pueblo, ese mismo que le coronó con la admiración y respeto y guarda las imágenes de su paso por el boxeo amateur.

Tantas veces al lado de Fidel Castro, engrandecieron su corazón de patriota agradecido por el amigo que siempre le felicitó  tras cada victoria, cada combate.

Cuba entera recuerda a su Teófilo Stevenson Lawrence, el hombre sencillo que dejó a un lado riquezas para seguir compartiendo con su pueblo la ruta emprendida. El tunero que colmado de gloria ascendió a sitio sagrado, dejando huellas indelebles de buen atleta, de cubano digno, de verdadera gloria deportiva.

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