viernes, 6 de marzo de 2015

Por: Jorge Luís Peña Reyes el
El próximo 8 de marzo arribará la Biblioteca Carlos Manuel de Céspedes a cuarenta y un años de servicio a los puertopadrenses. Sirva esta crónica para homenajear a los especialistas de esas instituciones que nacieron como parte del proyecto social cubano, para el cual hoy siguen siendo imprescindibles.
 Las bibliotecas: esos recintos lúgubres y espaciosos son los templos donde se forja el conocimiento y a veces la obra de artistas e investigadores.

Los libros dijo una vez Borges son las alfombras mágicas de la imaginación y no solo por su génesis, también por esa capacidad que tienen para transportarnos a épocas y mundos diversos.

Ver los libros allí, perfectamente ubicados en los anaqueles nos hacen venerar esas enormes casas que reúnen, teniendo en cuenta ciertas normas, gran parte del saber humano.

Un buen bibliotecario no es una circunstancia, es una vocación nacida de la necesidad de leer, es un ser que respeta tanto el conocimiento que orienta, propone y enriquece el universo del quien busca libros con los más diversos propósitos. No basta con que los libros existan en ese vasto mundo que son las bibliotecas, es preciso dar con la información precisa.

El bibliotecario es un ayudador oportuno, sabe que sobre sus hombros descansa la responsabilidad, de que nuestras horas de estudios sean todo lo eficaces que esperamos.

Un referencista y no un buscador de azares, un lector y no un trabajador que siente inapetencia por los libros, un sacerdote con el don de servir, más que un simple trabajador con el deseo de quedarse sentado ante el reclamo, a veces caprichoso del usuario.

Un buen bibliotecario es aquel que le exige al estudiante para que su universo se abra ante las demandas del conocimiento y es capaz de provocar ese vivo deseo en los lectores de consultar más fuentes y verificar con rigor datos y señalizaciones históricas.

Yo debí nacer sobre una pila de libros decía el más universal de los cubanos y no son pocos los polígrafos que fueron en su tiempo bibliotecarios, por ellos hoy se enorgullece el mundo.

Yo venero a estas horas a los que no están, Flérida Casamayor, entusiasta precursora de tantos proyectos entre los que se encuentran el guiñol de niños, a Guillermo Vidal Ortiz amigo y maestro que le dedicó tantas horas a este oficio y en el que en más de una ocasión se asoman a su obra los bibliotecarios, con todo su mundo por contar.

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